Sabemos que es necesaria, la esperamos con ansia, se hacen ruegos al cielo para que venga (la Virgen de la Cueva…). Pero cuando llega, después de la alegría inicial, nos aburre, nos cansa, nos pone tristes. Hay quienes dicen que algunas peculiaridades de nuestro carácter es debido a vivir en una zona lluviosa. No lo creo, pero se dice.
El agua
de la lluvia puede colarse al interior de las casas, mediante goteras o
humedades, generando un desastre doméstico, que no se arregla hasta después de terminar
la entrada del agua impertinente.
Para que no entre agua en el interior de las casas, sus cubiertas han de estar bien construidas. En el caso de terrazas, impermeabilizadas. Los arquitectos saben mucho del aislamiento en casas. Conocen tipos de tejas a utilizar, pendiente de los tejados según el régimen de lluvias o nieves y, también, sistemas de drenaje de las cubiertas para eliminar las aguas pluviales que, en última instancia, irán al mismo suelo o a la red de alcantarillado.
En
nuestra ciudad tenemos muchos ejemplos de las técnicas utilizadas en
construcción para solventar estos problemas.
Normalmente,
cuando los tejados llegan a las paredes, se alargan un poco para evitar que el
agua resbale por las paredes de los edificios, a estos salientes se les llama
aleros. En muchas casas rurales, los aleros no tienen en su borde ningún
elemento que recoja el agua de lluvia que, en este caso, cae directamente al
suelo y lo detectamos en los bordes de las casas como un reguero de piedrecitas
y guijarros, que corre a lo largo de esos bordes, siempre a la misma distancia.
El agua cae como gotera desde el alero y arrastra la tierra que pueda encontrar
en el suelo, dejando solo esa línea de guijarros que todos recordamos haber
visto. Así ocurre en casas rurales sin restaurar y en iglesias románicas,
también sin restaurar. En ambos casos, las restauraciones han colocado
canalones en los bordes de sus aleros.
Las
catedrales góticas incluyen una peculiaridad en sus tejados. Presentan tubos
largos que, saliendo de los bordes de los tejados, en sus cornisas, vierten las aguas al exterior, algo
lejos de los muros del edificio. Estos tubos, llamados gárgolas, comenzaron
teniendo una función meramente estructural y pronto, sin dejar su función
original de escurrir las aguas pluviales, comenzaron a ser adornadas y
presentar una gran belleza. Conocemos casos de catedrales góticas con gran
riqueza de gárgolas muy diversas.
En
Galicia, y en Lugo, fue en la época del barroco cuando más se recurrió a ellas
como doble elemento, tanto para dar salida a las aguas pluviales, como para
ornamentar y prestigiar un edificio.
Que yo
recuerde, hoy tenemos gárgolas en tres edificios oficiales y en uno particular.
Tal vez
no sean muchos los que se hayan fijado en la casa número 4 de la calle de la
Cruz. En su alero presenta dos grandes gárgolas y, ya digo, creo que es el
único edificio particular que las tiene. La casa posee unos vanos muy elegantes
con perfiles de diseño geométrico y rosetones en sus ángulos.
Los demás
edificios con gárgolas son el Concello, obra de Lucas Ferro Caaveiro, el porche
de la iglesia de San Roque, también del mismo autor y la catedral, muy visibles
éstas desde la calle del Buen Jesús y en el Claustro. Son discretas en su
belleza, pero cumplen su función, como se puede comprobar en días de fuertes
lluvias.
Cuando
cambiaron los criterios constructivos, se decidió que las aguas no cayesen
directamente al suelo desde los tejados. Se pusieron canalones y bajantes que
dirigiesen las aguas pluviales a las alcantarillas. Para construir las bajantes,
no se utilizó granito, más bien zinc, cobre, aluminio o diferentes materiales
sintéticos. No obstante, en muchas ciudades, Lugo incluido, se protegió la
parte inferior de esas bajantes con canalones sobrepuestos que presentan diversos
tipos de adornos, siempre en relieve. Suelen ser negros, de hierro fundido y
llevan su marca de fábrica en alguna parte de su superficie. Para mí, la pieza
más bonita de este tipo que tenemos en Lugo, si sigue, está en la plaza de
Ferrol, a la derecha de la iglesia según se mira.
Como siempre,enseñas sabiduría,con esa mezcla de alegría,esta vez pasada por agua,que llega a los rincones de esta casa,y no se marcha,caballero adelante,los necesitados de sabiduría esperamos tus noticias...
ResponderEliminarBonito comentario que rebosa buen humor y me muestra que estás bien de ánimos, aunque caiga el agua a mansalva. Un beso.
EliminarMuy bello el discurrir lento del agua, cayendo por las gárgolas y resbalando por los adoquines. Cuando algún rayo de Sol se cuela por entre las nubes e ilumina la piel de los adoquines, los brillos tornasolados que se generan, regalan un placer para los sentidos.
ResponderEliminarNo lo dudo, Alfonso. Describes muy bien el nacimiento de los arco iris. Un abrazo con el cariño de siempre.
ResponderEliminarEl ingenio humano es extraordinario, siempre se busca solución a los problemas y, con el tiempo, estos quedan resueltos.
ResponderEliminarUn abrazo
Chiruca
Tú lo has dicho, Chiruca. Un beso.
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