miércoles, 22 de julio de 2020

Relojes en el Museo - 1 (publicado el 12 de febrero de 2020)

Con frecuencia visito el Museo Provincial de Lugo. Ya cuando adolescente, acostumbraba a ir los jueves, cuando la visita era gratuita. He asistido a cambios, he visto pasar a sus vitrinas objetos que conocí en sus lugares de origen y, en general, me siento muy a gusto en él. 



Hace pocos días me he parado a contemplar su hermosa colección de relojes de sol, que está situada en una de las paredes del claustro. Una colección magnífica y difícil de conseguir, creo yo, debido al menosprecio que se suele mostrar hacia estos objetos ya inservibles. Inservibles para algunos que tienen la osadía de catalogarlos de ese modo, claro. Inservibles, tal vez, para el día de hoy, pero muy indicativos si los miramos con cariño, con respeto y como exponentes de un tiempo ya terminado. 




Son muy bonitos todos ellos y están esculpidos en granito o en pizarra. Arriesgada tarea esculpir en pizarra, pues trabajando en ella un golpe mal dado haría saltar una esquirla de la piedra, llevándose todo el trabajo realizado, o desbaratándolo. En sus tallas abundan los temas mitológicos u otros más populares, como los geométricos buscadores de simetrías, siempre comprensibles. 

Casi todos procedentes de los siglos XVII y XVIII, a veces me he preguntado que para quién medirían el tiempo en aquel tiempo. Son relojes procedentes de pazos, de residencias de poderosos, de quienes marcaban su paso y su ritmo, creyéndose sus amos. Amos del tiempo. ¿Qué sentido tenía para esa gente conocer ese transcurrir si eran ellos quienes marcaban sus cadencias? El tiempo, su medida, siempre fue monopolio del poder, político o eclesiástico. El poseer reloj, siempre fue signo de singularidad. Cuando se quiso que el conocimiento de su discurrir fuese de acceso general, se colocaron relojes en las sedes del poder, en torres altas, para ser vistos desde todas partes. Torres que por tenerlo, se llamaron y se siguen llamando “del reloj” El poder repartía información y, al hacerlo, se debilitaba. En las grandes catedrales europeas, estoy pensando en la de Estrasburgo, hay relojes en los que, además de darnos indicación del inmediato paso del tiempo, nos recuerdan su paso trascendente. 

Viendo esos relojes del Museo lucense, me pregunto quién ajustaría sus horas, qué criterios seguiría para esculpir los diferentes surcos correspondientes a ellas, cómo serían quienes los interpretasen en las distintas épocas del año. Y, sobre todo, cómo serían los tiempos que midieron. Los tiempos de la época, los del pazo, los de cada uno. 

Los de la época sólo se ven cuando ya han pasado. Mientras se está en ella, no se es consciente de vivir una época especial o singular. Así con todos los tiempos, los presentes nunca se disfrutan, han de pasar para ser añorados. 

Los tiempos del pazo, de la casa, de la familia, son más abarcables para sus protagonistas y nunca se miden por los años como número. Las distintas épocas se miden por hechos de trascendencia familiar, “cuando la boda de…” “la muerte de…” son hechos que marcan inexorablemente un antes y un después, no necesariamente de la misma duración temporal, ni de similar intensidad. En esos tiempos, los adversos parecen ser más largos y transcurrir más lentos que los felices, que parecen volar. 

Los tiempos de cada cual forman parte de las historias personales, a veces, incluso, de las secretas. Pero también vienen marcadas por hechos, más que por números ordinales. “Cuando el bachillerato”, “mis años en Barcelona”, nos indican períodos de vida bien delimitados y, por tanto, definidos. 

Pienso esto al ver esos lujosos relojes que ahora están en el Museo. Siempre fueron considerados de ese modo, adornando jardines y lugares a donde pudiesen llegar los rayos del sol. Me pregunto si medirían, servirían de símbolo de poder o si, más fundamental, presidirían. 

Tal vez estuvieron en sus sitios no para informar del paso del tiempo del momento, sino más bien para recordar su paso inexorable para todos. No en vano muchos tienen esculpido el mismo lema “TEMPUS FUXIT”

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