En nuestro Museo Provincial hay una amplia representación de monumentos funerarios, que recuerdan a personas que vivieron en Lugo o en sus alrededores (Vilarín, Crecente, Atán, Aday, Guntin, etc.). Estelas, lápidas, aras a dioses diversos, nos hablan de personas que vivieron por aquí hace unos dieciocho siglos y que, si bien no alcanzaron la inmortalidad, al menos han conseguido ser recordados hasta hoy. Sus recordatorios están expuestos en el claustro del Museo para quien los quiera ver.
Son
abundantes y en muchos casos hallados en calles lucenses o en la muralla. Quiero
reflexionar sobre el contenido de los epitafios, de lo que nos dicen o lo que
nos permiten pensar.
Hay una
placa en honor de dos príncipes indígenas, Vecius y Vecco, datada en el siglo I
de nuestra Era. Como muchos otros detalles presentes, esta placa nos habla de
un pacífico proceso de romanización en el que eran libres las honras públicas a
los aristócratas del antiguo sistema, el que iba desapareciendo para dejar paso
al nuevo, llamémosle romano. Encuentro interesante este período de tiempo en el
que las viejas formas van dejando paso a las nuevas, más poderosas por venir de
la mano de nuevos gobernantes, más poderosos también. Lo viejo no se destruye,
simplemente se reemplaza. Se permiten las honras a los antiguos príncipes, pero
la placa ya está escrita en el lenguaje romano, el de los nuevos amos.
Me
emociona un ara que hay en memoria de Philtates del siglo III d.C. Me conmueve
quiénes erigen este recuerdo: “sus compañeros esclavos” ¿Cómo sería Philtates
para desencadenar esta acción en sus compañeros? ¿Cómo serían sus compañeros
que no se preocuparon en ocultar su identidad social? Allí está el ara para
quien la quiera ver, dedicada a los dioses Manes, los dioses de lo profundo.
Seguro que les costó su dinero, pero quisieron dejar constancia pública de que
Philtates no había sido indiferente en sus vidas.
Y lógico,
los recuerdos familiares. Las esposas, los hijos, los desconsolados padres que
erigen aras en recuerdo a sus hijos. El dolor en esas inscripciones es grande.
Porque
ahí quiero llegar, al dolor que transmiten los textos. El desconsuelo ante la
pérdida de hijos, de padres, del hermano, del amigo. Y como si el difunto
pudiese leer las inscripciones, los textos se le dedican a él: “tus padres…”
“tus amigos…” “tus hermanos…” Está presente la idea de que el muerto sigue vivo
y se le dirige el comentario.
Hoy, septiembre
de 2020, en determinados ámbitos de las pompas fúnebres se sigue con estas
maneras. Me refiero a las cintas que acompañan a las flores que se envían a los
difuntos. También en ellas, como entonces, los textos van dirigidos a quienes
marchan: “tus vecinos”, “tus hijos”, “tus amigos”… Llevamos casi veinte siglos
con las mismas redacciones y los mismos destinatarios. Me conmueve constatar en
estos epitafios que no hemos cambiado en nuestra manera de expresarnos.
Hace
tiempo que veo en este diario, El Progreso, que las esquelas mortuorias tienen
dos tipos de redacción, según quiénes las hayan encargado. Si es la esquela familiar,
el destinatario del escrito es el público lector y para él se escriben los
textos: Su esposa…, sus hijos… Ese “su”
nos hace pensar que nos hablan a nosotros, los lectores, y nos comunican la
novedad.
Pero si
la esquela la han encargado personas con las que quien falleció no tiene mayor
vínculo que la amistad, incluso lejana, el texto parece dirigido a los muertos.
Así, leemos en ellas “los amigos de tu hijo”, “tus compañeros de equipo…”, “tus
contertulios del bar…” otra vez, como en los epitafios romanos, los textos
parecen redactados para ser leídos por quien marcha, que tal vez conserva la
capacidad de leer.
Me gusta
ver que este espíritu se ha mantenido a los largo de todos estos siglos. También
el dolor expresado en algunas lápidas parece un dolor de hoy. La soledad, la
angustia, la pérdida se reflejan en aquellos textos con una actualidad
tremenda.
Tal vez a
esos niveles de sentimientos, auténticos y profundos, los años no pasan porque
hablamos de características consustanciales nuestras. Allí quedan esos
exponentes de un dolor de entonces, pero que es de siempre.
Muy oportuno tu artículo, dadas las fechas.
ResponderEliminarAbrazos
Chiruca
Tambien pudo haber sido buscado, Chiruca.Besos
ResponderEliminarEn medio del dolor siempre hay un amor que acompaña gracias a Dios no todos somos masoquistas, nuevamente gracias por tanta observancia, sabiduría, ahora a aprovecharla un abrazo emilio ha y un beso de mama como siempre.
ResponderEliminarGracias, José María, por tu comentario. El dolor, como nos indican estos epitafios, no entiende de tiempos ni épocas. Siempre se echa en falta a quien se ha ido. Besos en casa.
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