En nuestro Museo Provincial, en su claustro, me encuentro con hermosos exponentes de nuestro barroco hecho granito, esa piedra dura, a la que los canteros supieron trabajar como si fuese blanda y obediente. Lo de obediente, sabemos que es cualidad que el granito solo muestra cuando encuentra quien le mande como tiene que ser.
Yo diría que en este claustro queda poco barroco,
todo del siglo XVIII. Puesto que Lugo era ciudad feudal, los restos que podemos
encontrar son recuerdos de dos obispos, Izquierdo y Armañá, y de algunos
señores de la nobleza local. Poco más, pero tampoco nada menos.
Nada más entrar en el claustro, nos encontramos con
una amplia colección de relojes de sol. Siempre me detengo un buen rato a
disfrutar contemplando esta colección. Relojes de pizarra, de muy diversos
tamaños, algunos de pocos centímetros, nos muestran tallas geométricas,
armónicas y atrevidas. Digo atrevidas porque la talla en pizarra siempre corre
el riesgo de estropear el trabajo por saltar una esquirla. Pero allí está esta
colección para disfrute de todos. Relojes de sol para pazos y casonas gallegas,
¿En qué lugares se pondrían para poder recibir los rayos del sol y, por tanto,
dar la hora? En esos lugares de personas acomodadas, acostumbradas a marcar el
paso del tiempo, ¿importaba mucho lo que pudiese indicar un reloj? ¿Acaso su
presencia no buscaba más que exponer la singularidad de los señores? No lo sé,
a veces me lo pregunto.
Dejamos atrás esta colección y siguiendo mi paseo,
desde lejos veo un gran escudo. Maravilla barroca. De familia noble local,
hidalgos, no se escatimaron símbolos en él. Fuera de los múltiples cuarteles,
que aún conservan policromía, encontramos banderas abatidas a ambos lados del
yelmo. Luego, cayendo a lo largo del escudo propiamente dicho, racimos de
frutos, como si se derramasen desde sendas cornucopias al más hermoso estilo compostelano.
Los frutos caen del cielo y llegan como favores celestiales, regalo del Apóstol
a su tierra de acogida.
En mitad de la misma pared, de procedencia
desconocida y hecho en el siglo XIX, nos encontramos a un ángel con trompeta.
La otra cara del barroco, Memento homo…
la muerte. ¿Por qué en esa época se nos recuerda de modo tan insistente? Todos
sabemos que hemos de morir, pero al barroco parece gustarle recordárnoslo
constantemente. Incluso, con figuras e imágenes hermosas. Miro este ángel y
pienso que esas trompetas no existen en Galicia, que son propias de países
orientales, ¿quién le hablaría de ellas al anónimo escultor? También le
debieron contar de los ángeles tocando las trompetas en el Apocalipsis. Todo
eso lo vertió en su ángel que, por suerte, no desapareció y allí está, en
aquella pared del Claustro recordándonos nuestra cita inexcusable.
Lo que más me llama la atención es el último escudo
que encuentro en mi paseo por el Claustro. Corresponde al Obispo Armañá, con
medallón adjunto. Justo es en el medallón, donde veo lo más genuino del barroco
en este claustro. Ciertamente, el medallón nos habla del “episcopi ac domni lucensis” obispo y señor de los lucenses… y nos
indica que se hizo en el año MDCCXXVI. La verdad es que todo eso poco me
importa ahora. Hay algo en el conjunto que siempre me ha llamado la atención.
Toda esta leyenda está esculpida en un óvalo que pretende
imitar una medalla. Y esa medalla quiere hacernos creer que está colgada de un
clavo mediante un ligero lazo. Para que el viento, o lo que sea, no consiga que
tal medallón caiga, el clavo se ha remachado dejándolo bien sujeto.
Y ese clavo doblado es lo que más me hace pensar en
el barroco, el detalle en el que encuentro la exaltación de un estilo que quiso
expresarse con lo exagerado como una norma más de belleza, aunque para hacerlo
de modo coherente y eficaz, necesitase de nuestro consentimiento cómplice.
Yo me siento partícipe del sentir del escultor y
aplaudo su atrevida idea. Invito a todos los que lo vean que hagan lo mismo,
haciendo suya su concepto del arte. Tal vez durante un instante, puede que
fugaz, veamos el barroco de un modo diferente.
Mi querido profesor, de todo lo dicho que apunto,para mis visitas me quedo con, los relojes, es verdad, lo que dices, pero sino hubiese sol, me pregunto si funcionarian a la claridad del dia,investigare, y ya te contare,dende esta tua casiña como sempre beijhiños.
ResponderEliminarQuerido amigo. Los relojes solo funcionan con luz del sol, nunca a la sombra. Por eso siempre me he preguntado para qué servirían en días nublados en pazos rurales. Tal vez sólo se perseguía aparentar, eso que hoy llamamos postureo. Una poderosa actitud según quienes la ejerciesen. Recuerdos en casa.
ResponderEliminar