Tras mucho esperarla y prepararla, la Navidad ha llegado y va pasando con estos días de horarios alterados, reuniones con amigos, encuentros inesperados y demás hechos entrañables que jalonan estos días.
Falta Reyes, con su alforja de sorpresas, recuerdos y nostalgias. Porque, en el fondo, la Navidad trae un montón de recuerdos y nostalgias de tiempos perdidos, sin disfrutar la suerte de tener tiempos presentes.
Para hablar de Reyes, me gusta acercarme el Museo Provincial. Allí, en la pared del claustro, tenemos las piezas labradas de un antiguo baldaquino gótico. Los baldaquinos son la memoria litúrgica de la Tienda que los judíos construyeron para proteger y conferir dignidad a su Arca de la Alianza, durante su travesía del desierto. Por eso, en la Edad Media se colocaron sobre el altar principal de algunas iglesias. En Vilar de Donas conservamos uno completo, desplazado de su lugar original. En la catedral de Santiago, hay uno tan disfrazado de adornos que resulta difícil descubrirlo.
Éste, el del Museo, es sencillo, de trazado gótico y nos muestra una adoración de reyes al Niño Jesús, recogiendo tradición y relatos evangélicos.
La escena que describo, a la vista de cualquier visitante, se desarrolla en un lateral del baldaquino que queda cortado por su parte media por el entrante del arco conopial, arco gótico. A la derecha vemos la intimidad del hogar de la Sagrada Familia, mientras que a la izquierda está la parte exterior de dicho hogar. En la composición esculpida vemos a un san José, apoyado en su cayado, cansado o tal vez abatido, no muy metido en la escena que se desarrolla en su casa. La madre, la Virgen, aparece opulentamente vestida y con corona similar a la de los reyes. Comprendemos por esto que en aquella época ya se le atribuía el título de reina. El Niño mira al rey que está en la puerta. Éste, el rey, ha dejado su corona en el suelo, señal de reconocimiento al ser superior que tiene frente a él y le presenta su regalo. Está arrodillado y, curioso, el plisado de su túnica siempre me ha recordado los trazos que siglos más tarde utilizaría nuestro querido Forges para situaciones similares. Los otros dos reyes, a la izquierda de la escena, aún no están ante el Niño y, por tanto mantienen puesta su corona. Son tres reyes medievales, pero yo los veo más próximos al Renacimiento: ya no llevan armaduras batalladoras y están vestidos como nobles principescos. También nos lo indican sus esclavinas, elegantes y diferentes cada una, así como sus peinados. Sobre el Niño, la estrella muestra la fidelidad al relato evangélico.
El placer de contemplar tal relieve e ir descubriendo todos esos indicios, lo tenemos al alcance de cada uno. El caso es querer entrar en el Museo, nuestro Museo, y deleitarse sin prisas en todo cuanto custodia. También está la sala con la magnífica colección de piezas de Sargadelos, o las joyas prehistóricas de oro, por no hablar de la colección numismática o la pinacoteca. Al llegar, cada uno encamina sus pasos hacia donde más le llama la atención con la seguridad de que disfrutará contemplando aquellos objetos que son de su especial agrado. Yo siempre me entretengo en el claustro y las piezas que atesora.
Estamos en Navidad, una celebración milenaria y con múltiples significados. Pero siempre aparece su significado familiar. Los encuentros son propios de estos días Las costumbres tradicionales están a flor de piel. Como los regalos que nos trae un ser bondadoso, que en unos países se llama Santa Claus, en otros Papá Noel y aquí son los Reyes Magos. Desde hace mucho fueron tres, como en el relieve del museo, y dicen que la piel de uno era blanca, amarilla la de otro, y negra la del tercero, representando los tres continentes conocidos de la época.
A estos venerables ancianos se les suele escribir pidiéndoles regalos. A veces se les piden milagros. Para mis convecinos, les pediría algunas cosas concretas como mayor cariño hacia la ciudad y ansia por conocerla mejor. Quererla con sano sentido crítico, sabiendo que en un amplio conjunto es una más, pero que posee elementos únicos que conviene cuidar y potenciar.
Ah y como siempre no podian faltar besos....
ResponderEliminarque no falten
EliminarLugo es una ciudad única al igual que su Museo!
ResponderEliminarBesos
Chiruca
Tienes toda la razón, Chiruca.
EliminarComo sempre... moita información, amor pola cidade e os valores que deben coroar os nosos actos.
ResponderEliminarGrazas, Emilio, unha vez máis!
Gracias, Pilar, por tu comentario. Un beso y mi deseo de que vivas un feliz año.
EliminarLindo. Instrutivo e incitador a amar esta cidade, a primeira da Galiza, o berço mais amável. Parabéns. Caro professor.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Un saludo
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