Hace poco comenté que le agradecía a la muralla el hecho de estar aquí, de permanecer. En otras ciudades podemos ver lienzos más o menos amplios, de sus antiguas murallas, hoy bien conservados, cuidados y pretendidamente ampliados, pero antaño derribados en aras de una modernización ciudadana que necesitaba tirarla. En Lugo no ocurrió tal cosa y, cuando hubo necesidad de abrir una vía de paso, se abrió a través de la muralla y se le puso nombre, pero la muralla se mantuvo. De los accesos que tiene nuestra muralla, pocos son originales; los demás se fueron abriendo según las necesidades. Hoy estamos contentos de cómo han sido las cosas.
Tampoco
estamos contentos por completo, pero asumimos cómo está hoy, la cuidamos y
procuramos que luzca como lo que es, un monumento romano (tardío), único en el
mundo por sus características y, por tanto, declarado Patrimonio de
Un bien
patrimonial en el mejor sentido de la palabra, que hemos recibido y debemos
transmitir, conservado y mejorado a los lucenses de las próximas generaciones.
¿Para qué la cuidamos? ¿Para quién lo hacemos? Indudablemente, la misma muralla
es el objeto de nuestros afanes, desvelos y preocupaciones, marcando, por
ejemplo, el calendario preciso de aplicaciones de cuidados, uso de
insecticidas, herbicidas y otros similares. Procesos de estudio del
mantenimiento de la estructura de los paramentos, del funcionamiento de los
drenajes y mil cosas más que, es posible, ni siquiera sabemos que se llevan a
cabo para conseguir un estado adecuado y notable de la muralla, Que, gracias a
esta silenciosa labor, luce magnífica cuando la vemos considerándola como de la
familia, formando parte del decorado de nuestra ciudad y de nuestras vidas.
Por eso,
cuando vienen amigos, la enseñamos con orgullo, con cariño, como lo que es, la
gran joya ciudadana. Joya inigualable, y no es por exagerar. Tal vez una
muralla con aspecto muy rústico, pero es la nuestra. Estrecha, por eso, los
entendidos, deducen que su construcción es de época anterior al uso de cañones
con pólvora, cuando las balas hubiesen tenido fuerza suficiente para abrir
boquetes en ella. Todo eso, y más, lo saben deducir los especialistas nada más
verla y pasear por el adarve. A nosotros nos toca cuidarla disfrutarla y
enseñar con cariño a nuestros amigos que la visitan, mientras comentamos con
ellos estos y otros detalles que pueden ir apareciendo durante el paseo, porque
siempre aparecen temas.
Así lo
veo y para mí es suficiente. Un monumento que está enclavado en la ciudad y que
nosotros utilizamos con múltiples fines, pues la hemos metido en nuestras
vidas. Por ella paseamos, en grupo o en soledad reflexiva. Hay quienes hacen
deporte sobre el adarve, o quienes pasean a sus perros. Hemos fotografiado mil
rincones suyos y, lógico, tenemos nuestros rincones preferidos. Incluso
nuestras direcciones preferidas y, no podía ser de otro modo, nuestros accesos
más frecuentados.
Nuestros
guías turísticos la conocen perfectamente y están muy capacitados para
enseñarla en paseos de diversa índole, sabiendo conferir a sus charlas el tono
culto o popular que detecta en el grupo que guía. Pero siempre con rigor y
fundamentando cuanto dicen. Por eso, cuando sobradamente sabemos lo que
tenemos, me extraña que haya quienes se sientan como ofendidos cuando alguien
no supo apreciar la belleza y la magnitud histórica que tenía ante sus ojos.
Hay quien ha dicho esto y lo otro. Incluso se ha quejado de lo difícil que le
ha resultado aparcar para ver esto que, en el fondo, no valía la pena. Pobres
viajeros, que carecían de los conocimientos suficientes para enfrentarse a
monumentos tan extraordinarios.
Tampoco
la muralla tiene que gustar a todos, faltaría más. Pero yo me pregunto si quien
escribió esos comentarios insidiosos quería ofendernos. Hace falta más
argumentos, sabemos lo que tenemos y, con el tiempo, cada vez la vamos
conociendo más a fondo. Muy felices con ella, con nuestra muralla.
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