No es raro encontrarnos con edificios a los que, por diversas causas, se les añadió un piso, o más, en algún momento de su historia. Todos conocemos situaciones que ilustran lo que digo. Pero no es de lo que quiero hablar ahora. Hay casos en los que el edificio queda sin terminar, tal vez por falta de fondos, o bien, una vez terminado y por diversas razones, todas ellas respetables, conviene incrementarle alturas. Quiero comentar algunos bonitos ejemplos que podemos encontrar dentro del recinto amurallado.
El primero de ellos no se refiere a un edificio de
viviendas, más bien a las torres de la fachada principal de nuestra catedral,
que había sufrido las consecuencias del terremoto de Lisboa. A causa del
seísmo, se hundió casi toda la girola gótica y fue preciso reconstruirla. Era
la hora de terminar la fachada. Se recurrió a un legado dejado por alguien que
estipulaba en su testamento que su fortuna “se dedicase a una obra que sirviese
para beneficio de su alma en el otro mundo” El Cabildo catedralicio consideró
que terminar las torres cumplía el deseo del testador, y se recurrió a Nemesio
Cobreros para que diseñase y ejecutase la obra. Me gusta mucho la sensibilidad
de Cobreros, que supo unir la parte antigua con la nueva de modo que no llamasen
la atención ni desentonasen una de la otra. Hoy mismo es difícil apreciar ambas
partes en las torres.
Puestos a hablar de edificios destinados a viviendas,
pienso en uno que está en la parte alta de Bolaño Rivadeneira. Originariamente,
el edificio contaba con dos alturas y se solicitó permiso para añadir otras
dos. El Ayuntamiento otorgó la autorización después de haber estudiado el
diseño total de la fachada y cómo quedaría después del añadido que se pretendía
poner. Era preciso que una vez finalizada la obra, no fuese posible diferenciar
que tal fachada correspondía a dos épocas diferentes. Se hizo de modo tan
adecuado, que hoy son muchos los que no se dan cuenta de esto al pasar por
allí.
Tercer caso, el Palacio de Velarde. En un principio,
constaba de una planta baja y otra superior destinada a vivienda. Estaba en una
esquina y sobre ella había una cúpula. Sin adscribirlo a un estilo ornamental
concreto, el edificio resultaba elegante y sobrio. En la década de los años 1920,
el palacio sufrió un incendio-Superado el fuego, cambió de propietarios y los
nuevos quisieron añadirle dos plantas. Hubo una condición, la cúpula se debía
conservar. Hoy el edificio es un bonito cierre de la parte baja de
Originariamente, este edificio tuvo en su acceso principal
un gran escudo nobiliario que se alzaba hasta la balaustrada que lo coronaba.
Hoy no se conserva este rasgo nobiliario. El Palacio lucía, también, una
hermosa puerta de doble hoja que siempre llamó la atención. Hoy esa puerta se
conserva, pero en un estado deplorable de conservación. El barniz, deteriorado
por completo, nos deja ver el bonito diseño de las vetas de la madera, de muy
buena calidad. Tal vez alguien con autoridad podría ejercerla en este caso.
El último caso que quiero comentar tuvo mote local en Lugo:
“La casa del tambor”. Tal vez muchos ya lo no recuerden y otros no lo hayan
conocido. Es la casa que hace esquina entre
Cuando se le añadieron los pisos, el resultado fue un
edificio bonito, lleno de gracia y singular en Lugo. Un edificio señorial con
muchas características propias, La talla del granito en la planta baja, los
umbrales de ventanas, los azulejos bajo el alero del tejado en los frentes
laterales y otras singularidades, hacen de este edificio uno para presumir de
él cuando enseñamos nuestra ciudad. O para disfrutar tranquilamente, sin
prisas, cuando paseamos solos.
No sabía que la Casa que está en el Campo Castillo y la Plaza Mayor, se llamaba "Casa del Tambor"!
ResponderEliminarGracias Emilio por ampliar mis conocimientos sobre nuestra preciosa ciudad!
Un abrazo
Chiruca
Fue un nombre de argot ciudadano, como se le llamó "la sartén" a la parte baja de santo Domingo. Gracias, Chiruca.
ResponderEliminarAl leer estas reflexiones de Emilio Valadé, he recordado los trabajos del catedrático y antropólogo Julio Caro Baroja, sobrino del escritor Baroja. Para él los caseríos (las casas rurales del país vasco) son seres vivos. Los que nacían en ellos, llevaban toda su vida como mote el nombre del caserío (normalmente topónimos).
ResponderEliminarEmilio busca la historia de cada casa, analizando minuciosamente su estructura y buscando nexos con el tiempo en que se construyó. Las casas no son edificaciones estáticas, sino que van sufriendo modificaciones tanto en su estructura como en sus alturas, readaptándose a los cambios y gustos de cada época. No son seres vivos, pero casi. Gracias Emilio.
Una manera muy personal de ler el arículo. Y bonita, enriquecedora. Gracias por tu comentario, que aporta una nueva visión de las casas y sus habitantes, sus creadores.
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