jueves, 23 de julio de 2020

Adornos callejeros (Publicado el 23 de mayo de 2020)


La belleza de un lugar me la marcan múltiples variables. Digo “me la marcan” porque no pongo en duda el componente personal en eso de captar la belleza, o mejor aún, de definirla antes de ser capaz de verla. 

Me gusta pasear por las ciudades que me vieron de niño, en cuyas calles crecí y por las que sigo caminando, conviviendo y compartiendo preocupaciones. Soy fiel a determinadas rutas, esquemas y señales. Creo conocer los mejores ángulos para captar fotos, las mejores horas para hacerlo, las mejores orientaciones para seguir una calle. Todo muy personal, como muy maniático, pues asumo, cómo no, que a otras personas todo esto les gusta de diferente modo, si es que se han parado a pensarlo. 

Me gustan las calles por sus proporciones, su anchura y la altura de sus edificios. Me gusta su trazado y los diferentes elementos que la jalonan y que hacen que esa calle, o esa plaza, pueda ser consideraba bella. Fachadas, fuentes, adornos, suelo, sonido, dirección del sol a lo largo del día y más detalles, hacen que tales lugares me resulten más agradables que otros. Eso me ocurre en todas las ciudades que conozco y visito con cierta regularidad. 

Porque todos, supongo, mientras charlamos o paseamos solos o en compañía, dejamos que nuestros ojos se recreen en lo que ven, descubran novedades o ausencias y vayamos haciendo inventario, actualizándolo de cuanto adorna nuestra ciudad y hace de ella un conjunto hermoso o mejorable. Yo hago eso en mis paseos sosegados por las calles de Lugo. Hay detalles que miro, en los que no me canso de encontrar recreo. Incluso, si voy en compañía, nunca dejo de observar de pasada estos objetos que jalonan mi buen paseo. 

Voy a hablar de unos de ellos que encuentro en cualquier ciudad de Galicia, tierra en la que la lluvia ha generado diversas estructuras para canalizar el agua que cae en los tejados. Una de ellas son las gárgolas, de las que tenemos una magnífica colección en Compostela. Pero las gárgolas son propias de palacios y edificios señoriales. En otras situaciones, el agua baja desde los tejados hasta el suelo mediante bajantes que suelen ser de zinc, fibrocemento o pvc. Es curioso, en ambos casos, tanto gárgolas como bajantes vierten sus aguas en las calles y no creo haber oído protesta alguna sobre las supuestas molestias que puedan generar esos aportes adicionales caídos desde los tejados. 

Si hablamos de bajantes, que también vierten en las aceras, en las ciudades gallegas, (no sé nada de las de otras zonas), es costumbre protegerlas con piezas acanaladas de hierro fundido que se llaman “salvabajantes”. Suelen estar pintadas en negro y se utilizan normalmente en edificios propios de la zona monumental de las ciudades. Modernamente, se substituyen por piezas de aspecto prismático, de pvc, hierro galvanizado o acero. Reciben el petulante nombre de “embellecedores” y yo pienso que no embellecen nada. 

Los salvabajantes son bonitos, útiles y confieren un cierto tono de elegancia a los laterales de los edificios. Además, proceden de diversas fábricas que ponen en ellos sus señas de identidad, tales como el nombre o algún tipo de adorno que hace las veces de logotipo empresarial. Cualquier persona adiestrada en estos tipos de adornos, nos dice cuál es la fundición originaria del mismo. 

Me gusta pasear por calles de Lugo, Compostela, Betanzos, Vigo u otras ciudades, ir charlando y como si nada, saludar con la mirada, como acariciándolos, los salvabajantes que voy encontrando. Casi todos conocidos, aunque siempre hay alguno, singular, desconocido hasta entonces. También la belleza de la casa queda plasmada en esos detalles, nunca superfluos. 

En esta entrada pongo la foto de un salvabajante lucense situado en la zona monumental. Pensé en poner la dirección de la casa en la que puede encontrarse, pero he decidido no hacerlo. Así animo a quien me lea que, al pasear, lo busque con la certeza de que encontrará alguno. Tal vez se sorprenda de no haberse fijado antes en estos objetos que, a su modo, contribuyen a embellecer nuestras calles. Es lo de siempre, estaban ahí desde siempre y no los hemos visto. Ocurre tantas veces…

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