jueves, 23 de julio de 2020

Mudéjar en Lugo (Publicado el 13 de junio de 2020)


Para hablar de la presencia de este estilo artístico en Lugo, es conveniente situarnos en su época. A mediados del siglo XIV, había en la ciudad dos conventos correspondientes a las Ordenes Mendicantes: franciscanos y dominicos, ambos en el borde norte de la ciudad. En el siglo XIX corrieron suertes diferentes a causa de lo de Mendizábal. El de franciscanos, con el tiempo, llegó a ser sede del actual Museo Provincial de Lugo y su iglesia se transformó en iglesia parroquial de San Pedro. El de dominicos, terminando el siglo XIX, pasó a estar habitado por monjas agustinas. Del paso de los dominicos por allí no queda rastro, si bien la plaza conserva el nombre de antaño, Plaza de Santo Domingo. 

En aquel tiempo hubo en Lugo un obispo dominico, Fray Pedro López de Aguiar, un hábil negociador. Se hizo amigo de reyes y mereció sus favores, si bien era hombre enérgico, de modo que bajo su mandato tuvieron lugar las revueltas protagonizadas por María Castaña. Devoto constructor, debemos a él la ampliación de la catedral con las capillas hoy conocidas como del Pilar y de San Froilán (ambas de traza gótica), la fundación del convento de Madres Dominicas (A Nova), y los techos de la iglesia de los franciscanos. 


Ahí es donde quiero llegar, a las cubiertas de la iglesia de San Pedro. Como era avezado en estas aficiones, las mandó hacer modernas. Modernas de entonces, claro. Y nos dejó unas hermosas muestras de artesonados mudéjares. 

La iglesia es de principios del gótico, antes de enredarse el estilo en florituras semejantes a platerías y encajes. No era éste el caso, nuestra piedra gallega no daba para tanta floritura, el granito siempre será granito. Aquí los arcos bajan recios, casi como debe ser. El templo consta de una sola nave con otra transversal en las que hay tres ábsides, mayor la central. Todo muy clásico, elegante y, casi diría que con un resultado espectacular. 

Porque así es, espectacular, el acceso a la iglesia. Tras una puerta, más bien diría puertecita por pequeña, lobulada y un estrecho ventanal vertical, nos encontramos con una esbeltez rayana en la arrogancia. Atrás quedan los templos del estilo anterior, hermosos aunque pareciendo no poder despegar del suelo. Este, de San Pedro hablo, parece subir hasta donde pueda y parece poder mucho. Claro que la techumbre de madera elimina peso y permite esos altos vuelos, que diría alguien. Los arcos que sostienen son recios, bien se ven, pero la altura que alcanzan es para tener en cuenta. Esa altura, traducida en amplitud, confiere al interior del templo un aire de grandiosidad, sí, pero no exenta de intimidad y serenidad. La luz que entra a raudales por vidrieras, ventanales y rosetones, genera un interior con tal aire de tranquilidad, que hace que uno se sienta muy a gusto. Además del gran ventanal de la fachada, la nave transversal tiene dos rosetones en sus extremos. La verdad es que en no muy buen estado, pero allí están. Hay luz, luz en el interior del templo. 

Me dicen que Fray Pedro López de Aguiar trajo arquitectos aragoneses. No sé hasta dónde es fiable la noticia, pero a los techos me remito. Yo nunca había visto un techo de madera hasta que entré en San Pedro. La cúpula resulta impresionante. Allí en lo alto del crucero hay pretendida, y encontrada, belleza de maderas cruzadas en filigrana y orientadas hacia un centro bien definido. Una hermosa cúpula mudéjar alberga ese cruce de naves confiriéndole al lugar una singularidad inesperada. Es bonita la cúpula y también sencilla, lo que la hace más hermosa. 

No voy a decir que esta cúpula sea la única de este tipo en Galicia, pero en Lugo no tiene compañera. Por eso la visita a la iglesia de san Pedro está más que recomendada. 

Fray Pedro murió y fue enterrado en el convento de dominicos (actualmente, de las agustinas). Aún hoy, es fama que su sepulcro, mudéjar, es hermoso, pero no es posible verlo. La autorización depende de la firma de no sé quién que está en Roma y tal vez ni siquiera sepa por dónde cae Lugo.


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