jueves, 23 de julio de 2020

Sueños truncados (Publicado el 7 de julio de 2020)


Paseo solo por la ciudad, sin compañía que me entretenga con sus prisas o sus preocupaciones que me pueden resultar ajenas. A veces, es agradable pasear de ese modo cuando tal soledad es una opción escogida.

Me vienen a la mente los versos de Zorrilla, los que pone en boca de don Juan tras llegar a Roma: “Aquí está Don Juan Tenorio/para quien quiera algo de él”. No sabemos si tal aviso era ofrecimiento o advertencia, pero los romanos quedaban avisados de tal presencia. Lo de siempre, la vanidad, la tremenda vanidad del muchacho hace que D.Juan se presente y se ofrezca al público romano, tal vez pensando que su presencia pueda interesar a más de uno. 


Pero eso de anunciarse en los accesos de las viviendas es costumbre útil que ha llegado hasta hoy. En laterales de portales o en barandas de balcones, diversos profesionales nos anuncian y ofrecen sus servicios: médicos, abogados y otros profesionales se anuncian con toda naturalidad, como algo normal en nuestras ciudades. 

Paseo, ya lo he dicho antes, por las zonas monumentales de mi ciudad, entre casas nobles, casonas y palacios. Siempre fue símbolo de poderío el poseer una casa en la ciudad. Y a ser posible, blasonada. León Felipe se lamentaba de no poseer ni tan solo una casa solariega y blasonada. Antes, poseer una casa debió de ser algo grande. Hubo quienes vendieron tierras en la aldea para hacerse una casa en la ciudad, en la que plasmar su poderío rural. 


Era cuando las casas servían también como emblema de posición y riqueza, de status que se dice ahora. Recuerdo, cuando yo era niño, ver a amigos de mi padre haciéndonos ver “su” casa y sus múltiples detalles, como altura o belleza, exponentes de que su propietario había alcanzado una cierta posición. Hoy ya no es así, hoy se hacen casas para venderlas por pisos y poco importa la posible hermosura que puedan tener. Los bienes patrimoniales han modificado su manifestación, o incluso se pretenden ocultar. 

Pero hubo un tiempo en el que lo máximo de una casa urbana, es que fuese blasonada, que luciera en su fachada, y bien alto, un escudo en el que estuviesen representadas las glorias familiares. Las orlas y las partes superiores lucirían los símbolos de títulos logrados a lo largo del tiempo, los cuarteles indicarían historias y vínculos familiares contraídos y, algo también pretendido, enseñarían al vecindario las glorias familiares y darían que hablar a los transeúntes. 

Cuando estas glorias son ganadas con honradez, vayan mis respetos. Y si las lucen quienes así pueden hacerlo y disfrutan haciéndolo, mas respetos míos añadidos. 

Pero, siempre hay un pero, paseando, que es lo que vengo haciendo, me encuentro con muchas casas y casonas cuyos propietarios soñaron con plantar en sus fachadas sus respectivos escudos, tal vez cuando los tuviesen o dispusiesen de los dineros que necesitarían para pagar a los escultores apropiados. De momento, se colocaron en las paredes los bloques necesarios para el escudo, así como otro superior y algo sobresaliente, para la corona, yelmo o lo que pudiese lucir el escudo, llegado el día de hacerlo. 

Pero el ansiado día no llegó. Allí están los bloques de piedra como exponentes de una esperanza frustrada por parte de unos propietarios que soñaron apabullar al vecindario y fueron ellos los apabullados, tal vez diana de risas y burlas por parte de quienes no perdonaban esos devaneos con la gloria que, tal vez, quedaban en sueños de nuevos ricos. En Lugo veo tales rudimentos de lo que podrían haber sido escudos en casas y casonas de la zona monumental: rúa de San Pedro, Praza Maior, rúa da Cruz, Praza do Campo, rúa Nova, do Miño… Zona monumental, donde los nobles quisieron vivir. 

A veces me provocan una sonrisa condescendiente al ver que no se ha cambiado tanto y que las ganas de aparentar tienen hondas raíces entre nosotros. En otras ocasiones sonrío comprendiendo a esas piedras precursoras de escudos pues, en el fondo, tampoco sus dueños fueron tan vanidosos haciendo públicas sus pretensiones, dejando constancia de ellas. 

Ya sabemos que la vanidad es madre de muchas locuras con tal de aparentar.

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