Sabemos que “nunca llueve al gusto de todos”, pero pienso que la lluvia que nos acompaña desde hace días ha sido bien recibida por todos. Empezaba a intranquilizar la persistente sequía. Bien es verdad que el sol siempre agrada y la lluvia puede resultar molesta cuando es duradera en el tiempo. Pero de momento, bienvenida sea.
En estos días grises, acostumbro a pasear por mis calles de siempre, del recinto amurallado y algo más, disfrutando del ambiente lluvioso que me lleva, en el recuerdo, a mis días infantiles, reviviendo aquello de que la infancia es la patria. La lluvia, molesta en grandes dosis, es capaz de hacerme revivir intensamente recuerdos que, tal vez, me pareciesen olvidados. En estos días de orballo y sin viento, bien abrigado, disfruto de cuanto encuentro y evoco por las calles de Lugo, que es mucho y muy querido.
Me gusta el silencio que se instala en la ciudad en estos días. Las gotas de agua casi en suspensión, amortiguan el sonido que pueda haber y que, debido a la peatonalización, tampoco es tanto dentro del recinto histórico. Sí, el silencio es grande y eso confiere un ambiente de aislamiento, de singularidad, que resulta acogedor en nuestra ciudad. Otro efecto de esta lluvia que me gusta mucho es su capacidad difuminadora a partir de distancias medias. En cualquier calle recta, vemos difuminado su fondo y ese efecto siempre me ha proporcionado sensación de grandiosidad. Encontrarme difuminadas algunas perspectivas de esta nuestra ciudad, confiere a mi parecer una dimensión casi mágica en días de niebla o de llovizna haciendo que parezcan nuevas algunas perspectivas familiares.
También es cuestión de hablar de la capacidad de difuminar estructuras verticales, es decir, árboles y torres. En no pocas ocasiones, es posible encontrarnos pequeños ante los árboles. Muchos de ellos, si son altos y corpulentos, a veces pueden simular hundir sus ramas en las nubes y ofrecernos una imagen nueva de nuestra pequeñez. En el mismo parque de Rosalía de Castro, en ese paseo de entrada flanqueado por arces que, en lo alto, juntan sus ramas formando un túnel acogedor que nos conduce a la fuente, es posible disfrutar de esta sensación, puede que entrañable, de parecernos que nos adentramos en otro mundo, muy nuestro y perfectamente reconocible. Porque es nuestro Lugo, el de siempre, pero ahora con el filtro de la magia con que lo viste el orballo. Me asombra la capacidad de nuestra ciudad de sorprendernos con pinceladas inesperadas de belleza.
Desde el parque, o desde la muralla, parece como si el horizonte se acercara, como si la lluvia nos encerrara en un recinto más pequeño que el que conocíamos con sol. Sí, todo nos parece más cercano y los lugares de alrededores casi podemos cogerlos con la mano. Piugos, as Arieiras, Castedo, todo cercano en una nueva dimensión en la que el cielo se ha juntado a la tierra borrando el horizonte y nos ha encerrado dentro, en este pequeño espacio virtual. Llovizna que nos impregna, amiga, casi es mucho decir.
En nuestro Lugo, hablar de alturas es hablar de torres y sólo tenemos tres capaces de encaramarse hasta los niveles de las nubes, cuando son bajas. Hablo de las torres de la catedral, aunque a veces me ha parecido ver a la de La Milagrosa jugueteando con esa lluvia lenta y pausada, que cae como sin prisa. Las de la catedral, más altas, sí son capaces de retener jirones de nubes y darnos la sensación de haberlas atrapado. Parece que anda el meigallo por medio cuando, desde lo alto de la Plaza Mayor, vemos las torres difuminadas con la duda de si siguen allí o se las habrán llevado.
Sí, un Lugo reencontrado que nos espera para darnos una versión diferente de sí mismo. Me gusta, cómo no me va a gustar, el Lugo extrovertido, el de amplios horizontes y luces diáfanas veraniegas. Pero este otro, tan nuestro, tan de siempre, me cuenta miles de historias, me hace revivir situaciones ya vividas, pero con el aspecto de ser nuevas. No hablo de aventurarse a explorar, pero sí de buscar perspectivas nuevas allá donde creíamos que todo lo sabíamos.
La lluvia da un toque mágico a nuestra ciudad!
ResponderEliminarAbrazos
Chiruca
Verdad que sí, Chiruca? Besos
EliminarPreciosa descripción. Siempre me gustó la lluvia y sus efectos sobre el entorno se pueden disfrutar mucho mejor sin el viento fuerte típico de Lugo. Especialmente en lugares mágicos de por sí como el parque de Rosalía e intramuros.
ResponderEliminarSaludos
Silvia
Gracias, Silvia, por tu comentario. Me gusta comprobar que coincidimos en este sentimiento tan lucense de disfrutar con una situación de lluvia que puede parecer adversa. Gracias de nuevo.
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