Desde siempre me ha gustado descomponer la ciudad en conjuntos de paisajes urbanos para disfrutar y vivir en ellos. Hay quienes atraviesan las poblaciones sin enterarse de todo cuando bello le puede ofrecer. Para esas personas, el conjunto de calles y plazas sólo sirven para cruzar y llegar al propio destino cuanto antes, sin pérdida de tiempo.
Estos paisajes son lugares propios, personales, con significado para cada uno, de modo que lo entrañable para mí puede ser insulso para otros. En estos significados influye mucho el espacio, pero también los recuerdos que cada uno hemos asociado a ellos: Las vivencias, los momentos, las personas, todo eso nos viene a la memoria en algún lugar de la ciudad, configurando un paisaje emocional muy propio de cada uno de nosotros.
Son también lugares capaces de suscitarnos multitud de ensoñaciones, más o menos basadas en hechos reales, que pudieron haber ocurrido o no, pero que nos permiten evocar hechos de nuestra historia ciudadana, esa historia que conocemos porque, de un modo u otro, es nuestra. No tengo duda de que para nosotros, lucenses, la Muralla nos evoca múltiples situaciones y recuerdos que es incapaz de evocar a visitantes de fuera. La Muralla conforma, para cada uno de nosotros, un paisaje urbano que no podemos compartir con nadie más. En todo caso, podemos hacer partícipes a nuestros allegados, de los recuerdos suscitados, pero nada más.
La primera vez que paseé por la úa do Miño había bajado desde la Rúa Nova entre casas e avanzado estado de deterioro. Pero al poco me encontré en otro ambiente, grandes chimeneas y fachadas con aires anárquicos me dejaban ver otras épocas constructivas en la ciudad, épocas no sujetas a rigores urbanísticos. Al fondo, la Muralla daba su nota de vetustez y solemnidad ciudadana. Sí, estaba en la Tinería, la zona de los curtidos de pieles que dio nombre el barrio y, tal vez, trajo algún tipo de prosperidad a la zona, cerca de los lugares de matanza de las reses de ganado.
A mi derecha, la llamada Rinconada, un alarde urbanístico en el que el descontrol es la norma de cada casa, configurando un conjunto interesante y evocador de tiempos idos y superados. Cada casa, su manera y su diseño, definiendo un lugar acogedor que nos deja pensar en el paso del tiempo. Y la Muralla, protectora y presente en cada rincón de la Rinconada.
Prescindiendo de estas zonas, subiendo por la Rúa do Miño, empezamos a disfrutar de la riqueza ciudadana que viene a nuestro encuentro desde el centro del antiguo burgo medieval. Ya son casonas y palacios recios, hermosos, con vocación de individualidad, los que flanquean la calle. Casonas con balcones bien sentados, huecos peraltados con perfiles barrocos, discretos, sin sobresaltos, muy gallegos. Sin alardear de exageraciones, pero esencialmente barrocos para que el sol, al pasar, juegue con sombras entre ellos. En lo alto de los palacios, los escudos nobiliarios nos dejan ver las historias de los linajes que levantaron tales edificios. Barroco gallego, pero poco parecido al que nos es posible encontrar en otras localidades gallegas, por eso digo barroco lucense. Muchos de estos edificios están restaurados, algunos con finalidades turísticas, posibles de visitar. Es bonito adentrarse en ellos y adivinar la disposición de habitaciones y patios en su interior.
Hay también algún bonito edifico, de construcción más tardía, con balcones cada uno de los cuales dispone de su propia galería. Pero tal vez en la época en que se construyó esta bonita casa, los lucenses ya pensaban en calles de otras zonas, más altas y de trazados horizontales, como la de San Marcos, la de la Reina o la del Progreso. Los gustos ciudadanos se desplazan, muchas veces sin explicarnos sus por qués.
La Rúa do Miño, con sus lujos arquitectónicos y su definido tono de paisaje urbano, siempre me ha evocado cundo subo por ella hacia la Plaza del Campo, una ciudad centroeuropea en cuesta, con sus casas confluyendo en un punto de fuga muy definido: la torre de su iglesia. En nuestro caso, la del reloj de la catedral.
Un lujo pasear y disfrutar de esta calle, que recomiendo conocer muy a fondo.
Preciosa descripción de una de las calles más antiguas de la ciudad!
ResponderEliminarAbrazos
Chiruca
Gracias, Chiruca, por tu comentario. En esta calle hay zonas antiguas, sí, pero también las hay del siglo XVIII.
EliminarMoitas grazas, unha vez máis.
ResponderEliminarGrazas por transmitirnos a identidade de cada lugar, por mirar con sensibilidade o cotián e ser quen de contarnos o que hai, con todo o que arrastra doutros tempos.
As miradas é o que teñen: podes pasar sen ver ou podes enriquecer a visión cando alguén coma ti che fai caer na conta da beleza e a verdade que encerran.
Canta falta nos fan as túas palabras dando pasos pola cidade... Un luxo poder disfrutalas!
Cóidate moito.
Pilar
Gracias Pilar por tus palabras y, fundamentalmente, por tu cariño. Besos.
ResponderEliminarHoy más que nunca,necesito pasear y soltar mi mente,son momentos en que me relaja,leer cosas sobre el paisaje de Lugo,para ir a disfrutarlas,en medio de la desilusión y la soledad.Un beso desde El Cielo,y un cordial saludo de Chema.
ResponderEliminarBesos para ti con todo el cariño que conoces.
ResponderEliminarNada, con tu descripción me han entrado ganas de ir para allá. Me gusta mucho la zona de la Tinería, la de los vinos, el barrio do Carme... ciudad vieja y campo todo en uno, realmente. Y la Catedral, visible desde tantos sitios, da un toque mágico. Esos edificios que describes como barroco lucense, tengo que prestarles atención la próxima vez que pase por allí. ¿Cuáles dices que se pueden visitar? Graciñas. Silvia
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